Dídimos gemelos 

 

Si era o no la cabeza del tal Calolo eso era fácil de averiguar. Pero de que era igualita, era igualita a la del arquero y capitán del Barcelona. 

La cama lucía arreglada, inviolada, tan solo deformada en la superficie por lo que habría sido el cuerpo de un recostado durante una siesta, pero arreglada al fin y solo con esa tal cabeza acomodadita sobre la almohada. 

—¿Pero es o no es, subte? 

—Confirmado, mi capitán, no es. 

Y del cuerpo nada se sabía para entonces. En ese cuarto de hotel nadie había visto nada. Ninguna cámara había registrado algo fuera de lo común que pudiera suceder en un cuarto de alquiler de esos de tipo de prepago… (las cámaras nada registraban en ese sitio). Y todos y nadie de los que circundaban el lugar eran sospechosos de esa muerte tan extraña. 

—El administrador del hotel está detenido para investigaciones, mi capitán. Ah, y también el recepcionista, el que descubrió al muerto…; bueno, a la cabeza del muertito… Pero parece que en verdad ninguno sabe nada… 

—Oiga, y mañana es que se juega la final, ¿cierto? 

—Confirmado, mi capitán, mañana es la final. 

—¿Y se sabe algo del Calolo?…, me refiero a que si juega o no… 

—No lo sé, mi capitán. Pero toda la prensa deportiva está detrás del pana… La que sí estuvo por acá es la conviviente del muerto. Ah, y la mamá de alias Almendrita… 

[…]

Y llegaron dos dedos del muerto en una cajita de galletas envuelta como un regalo para el arquero y capitán del Barcelona. Un regalo sin remitente que el motociclista del Uber había dejado en la portería del lugar de concentración de ese equipo.   

Índice y pulgar de la mano izquierda venían ligados y con una notita enrollada. Una notita acomodada entre ellos que decía: «Estos 2 dedos también pueden ser los tuyos». 

—Obvio que no ha de jugar. Es al gemelo al que mataron y el Calolo ha de estar destrozadazo, ¿o no?