Katy-Vivar

Texto de ensayo

 

La diáspora de la Tierra

 

A través de la semilla de la tierra, de una semilla idealizada como universal, de una semilla que se dispersa en el devenir del tiempo, se define el concepto de la diáspora de la Tierra.

La palabra diáspora tiene en su composición etimológica (δια/σπορά - dia/espora) todo lo que se muestra pictográficamente en esta colección de Katy Vivar. Esa semilla idealizada de la Tierra es la espora que se dispersa en un espacio indeterminado y a través del tiempo que se designa literalmente en el prefijo dia. Y así lo testimonian las obras expuestas como si en ellas se retratara un paleoambiente que en algún momento hubiera estado pletórico de vida.[1] 

El tema es coyuntural con el deterioro del medioambiente circunscrito a nuestro tiempo. Un tema que tiene mucha cobertura y atención dadas las circunstancias evolutivas de la comunicación y de la problemática medioambiental contemporáneas; pero, sin duda alguna, con poca conciencia reflexiva de parte del género humano. Y es que muchos de los daños directos o colaterales propios de la contaminación humana y de la devastación en contra del medioambiente resultan ser muchas de las causas principales para el fraccionamiento y división de la naturaleza. 

Katy lo entiende así y lo traza así a través de un arte de acción[2] del cual brota una expresión signada por lo abstracto y en la cual se describe un proceso evidente de transmigración de la Tierra. 

Si ahondamos en el concepto de la diáspora notamos evidentemente que es uno de relación antropocéntrica pues se comprende ligado a las históricas migraciones del pueblo judío cuyas marcas semánticas de lo errante se signan en la obra de Katy Vivar y así el concepto se torna geocéntrico. La Tierra es el centro de la diáspora signada en la semilla de la dispersión. Y la Tierra, a su vez, es esa espora citada en su generalidad y plasmada en la particularidad de cada obra de esta colección.[3] 

Este concepto expuesto se traslada a las pinturas que nos proponen ese dinamismo de la partida y a las piezas de barro que complementan la exposición como un tipo de contenedores vacíos de una vida que ya partió; contenedores que parecerían bocas abiertas que reclaman agua, que reclaman vida. En la exposición, Katy lo alegoriza llenando algunas de esas vasijas con agua, con aceite, con esporas de diversas plantas, y así nos presenta un giro conceptual que ahonda en la reflexión. 

De aquí se desprende una característica singular de la obra de Katy Vivar, la de una proporción de tipo dilógica; es decir, de una que resulta macroscópica cuando se puede apreciar todo un «paisaje» retratado en medio de un proceso de transmigración, o que resulta microscópica cuando se aprecia en esa misma obra tan solo un detalle de la propia dispersión.[4]

En este punto, la pintura de acción de Katy, y que sobre todo se evidencia en los largos formatos panorámicos (obras de hasta cuatro metros de largo), exponen fielmente ese sentido del automatismo que opera en la artista. Un tipo de automatismo que, mediante el uso de la brocha, el pincel, la barra de color, con un principio de racionalidad mínimo, se extiende hasta un nivel de impulso incluso subconsciente propio del expresionismo abstracto en el que se enmarca la consecución de esta serie en particular.

Así resultan notables los puntos de concentración eólicos que parecerían ser los vórtices de origen de la dispersión específica de cada cuadro y de los cuales parten los trazados cual derroteros de vértigo unos, u otros de pasividad.[5]

Además, en cada obra se puede captar el espectro cromático que Katy Vivar se ha propuesto expresar desde un inicio, y con unas cualidades paisajísticas que cobran iconicidad en cada pieza de esta exposición. La misma artista comenta sobre la transferencia icónico-visual que las composiciones, una vez terminadas, lucen para ella. Paisajes que se han registrado en su memoria, ella los reconoce luego en ciertas pinturas y allí radica el automatismo inconsciente del que se signa este trabajo.

Los colores que la artista utiliza suelen ser los ocres de la tierra o los de una paleta aguamarina propia de los océanos. Estos se dispersan en el viento conceptualizado dentro de cada obra hasta perderse más allá de cada formato.

Este sentido estético de la obra en general, el de cada atmósfera que se dispone dinámica, es el que se indexa con mucha fuerza con el concepto de la diáspora que propone la autora. Y genera un sentido extremo de sinestesia pues Katy Vivar describe las señales de la Tierra a través de los trazados y de los colores seleccionados imbricándolos entre sí con una propiedad acústica total. 

Un tipo de arte de voces y de desplazamientos que parecerían abstraerse mediante un proceso FFT (Fast Fourier Transform) que esboza un espectrograma de esas diásporas indexadas en las obras como señales de alejamiento, huida, traslado, migración, e incluso con notas simbólicas de transmigración, y que se significan en contextos ya no físicos sino de una metafísica mística e incluso de índice ritual. Algo así como un caudal de energía delineado en los derroteros que alteran la atmósfera terrenal y que se convierte en un detalle plástico que se emparenta con lo trágico de la diáspora del ser.[6]

Katy, en cada obra, propone un cálculo de esa dispersión de la Tierra como si su expresión pictográfica nos planteara un algoritmo de aquello. Espectrografías que se definen icónicas por medio de la artisticidad de Katy Vivar, y que se significan en la individualidad del concepto del hilo de la diáspora con el que ahonda la obra integral de esta artista ecuatoriana. 

Las obras se humanizan en el vacío, en la ausencia figurativa de la gente, y así se evidencian sensitivamente ante el espectador. 

¿Dónde está uno de los detonantes de esta diáspora?, parecería que nos cuestionaran las obras de esta colección. Y las respuestas se entreveran en quienes las miramos porque nos reconocemos como los causantes directos o, con la atenuación propia de lo ajeno, como colaterales, o porque simplemente nos deslindamos de tales roles de corresponsabilidad. Y es aquí donde surge un punto reflexivo que es propio del arte: que cuando uno se asimila a la tragedia, en este caso, a la tragedia de la Tierra, entonces se identifica con ese dolor ajeno como si ese fuera de una misma naturaleza humana, y así el proceso reflexivo resulta inmediato.

La diáspora de la Tierra es una propuesta artística que se cubre de esa mención autorreflexiva y que nos permite, a través de una visión espectrográfica, estimular los sentidos de percepción ante un hecho aún utópico como tal, pero que se va encauzando en ese su destino irremediable, tal como el propio del humano y su futura desaparición de este planeta.

 

Humberto Montero, diciembre, 2022.


 


[1] El paleoambiente del planeta Marte es un ejemplo sustancial de lo descrito. Véanse sobre todo las fotos del cráter Jezero tomadas por el vehículo explorador Rover Perseverance de la NASA. El concepto de la diáspora de la Tierra se magnifica en esas tomas universales. Casi como un asunto de ficción en el que se narrara la diáspora de la vida en el planeta Marte y el traslado de ella hacia otro punto constelado. Katy Vivar lo plasma así en su obra dándole un sentido de metagoge a su trabajo, ese sentido de atribuir cualidades propias de seres animados, tales como las de la migración, a un ente mineral como lo es la tierra. Tanto las pinturas como las piezas de barro de esta colección (tan icónicas como el cráter Jezero en mención) dan testimonio de aquello.

[2] La pintura de acción deKaty Vivar (Action Painting) es caligráficay de corte lineal. Esta cubre todo el formato mediante líneas en movimiento ondulatorio. Además, es de tipo icónica marcada principalmente por la forma de una zona terrenal en mención (desierto, montañas, mar…) que, centralizada, domina cada composición.

[3] Katy Vivar describe la naturaleza como si esta fuera una nación, un pueblo, una etnia o una raza obligada a abandonar su entorno, su mundo, a desaparecer de su espacio y de su tiempo esenciales. Como el animal que se traslada de su mundo de vida hacia su último destino, el de su mundo de muerte.

[4] Una pintura de cualidades anfibológicas en las que no se sabe si se mira el todo o el detalle; y que, así, se torna más reflexiva aún.

[5] Katy Vivar nos propone una suerte de vorticismo estético que se asimila al principio creativo de Umberto Boccioni; ese principio que remarcaba que toda creación artística emana desde un vórtice emocional. Los principios de Boccioni eran futuristas; los de Katy Vivar, de un expresionismo abstracto vital.

[6] En la música electroacústica de la francesa Eliane Radigue es posible distinguir diversas síntesis de voces que bien se podrían emparentar con los «espectrogramas» pintados por Katy Vivar. Un ejercicio estético mediante el cual la sinestesia citada se resuelve tanto en la pictografía de Vivar como en la musicalidad de Radigue. Si se escuchan las series de Occam de Radigue y al mismo tiempo se contemplan las diásporas de Vivar —y todo esto como un ejercicio puramente estético—, el resultado será una experiencia completiva del poder de la sinestesia que radica en ambas.


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