Camilo Andrade

Texto de ensayo

 

Etopeyas de trapo

 

Una buena manera de aproximarse a la obra de Camilo Andrade es a través del concepto retórico de la etopeya: la descripción caracterológica, costumbrista, naturalista de un ser; y que, en este caso particular de arte pictórico, se aplica a los personajes y escenarios creados por este autor.  Y es este el propósito que justifica el complemento de nombre utilizado, el «de trapo», con el que se hace alusión a los objetos confeccionados de este material, tales como juguetes o adornos de casa (de casa antigua, de casa hacienda, de casa histórica devenida en signo de magia costumbrista), y que Camilo lo significa en el expresionismo más apropiado para su arte poética. 

Con «Etopeyas de trapo» se propone incluso una aproximación costumbrista a la obra de este autor: el costumbrismo andino que se torna evidente en cada composición, y diacrónico, pues nos remite inmediatamente al pasado significado a través de una retórica de evocación.

Camilo pinta caracteres, costumbres; pinta índoles humanas, o de objetos, o de formas naturales, y no necesariamente empleando el trapo como materia de expresión, sino cargándolo de sentido alegórico como que todas las figuras de su esfera de significación fueran revestidas de ese material histórico y costumbrista, de esa materia mágica y familiar.

Como que todas las figuras se arroparan de una misma piel genética y se ubicaran en un espacio común: figuras ancladas con la sierra andina ecuatoriana a través de un prolífico imaginario de creación.

Un gallo, el rostro de una niña, el perfil de una montaña, una ciudad, una fiesta popular… son todos de trapo en carácter general —carácter heredado—, pero con sus particularidades caracterológicas —carácter adquirido— que los individualiza en el espacio del cuadro en que van anclados o simplemente reflejados a través del espejo temporal que evoca imágenes particulares. Y es allí donde se justifica aún más la designación de etopeyas, pues estas cualidades interiores de los personajes son expresadas en figuras prototípicas y en paletas cromáticas encendidas.

Hablando de ello, técnicamente, para esta confección estética, el autor despliega una figuración regida por la expresión que se deriva de una simplificación naturalista. Las figuras son identificables de inmediato con referentes naturales no obstante su cualidad simplificada en cuanto al trazo geométrico.

En cada obra es aprehensible la estructura resuelta del dibujo: la circunferencia de un rostro, el rectángulo de un cuerpo, la figura ortogonal que delimita objetos, espacios, ambientes… o simplemente la segmentación de cuerpos en una sola masa figurada, como grupos de baile, retratos familiares o escenas recreativas de niños, de animales e incluso de ciertas figuraciones animadas que evocan juguetes tales como el trompo, objetos cotidianos como una media, o alimentos como las guaguas de pan que se formulan como seres atávicos llenos de ingenuidad.

La caracterología de un rostro humano, por ejemplo, que bien puede denotar alguna expresión de alegría, es tan afín al de una media, chulla media, que, por metagoge, adquiere animación y es identificable como elemento constitutivo de la serie cual si fuera un imprescindible elemento familiar.

Toda esta descripción figurativa, junto al tratamiento cromático que provee un aura autoral a la colección, configura la estética expresionista (neoexpresionista) de Camilo Andrade. De empaste grueso, tanto en los fondos en los que trascienden las figuras, como en los propios cuerpos figurados, se define el valor material de la pintura. La materia se presenta en diversos niveles de densidad en los que resta poco espacio para las zonas completamente planas, de un solo color; y, más bien, se percibe un amplio rango de composiciones en las que rige el concepto de hechura que roza la informalidad de la materia. Y tanto es así que muchas obras son ensambles mixtos en los que se incluyen clavos, piezas textiles, recortes propios del collage o incluso materiales de descarte como plásticos, cabezas de trapeadores, tillos aplanados, cucharas, herraduras… o papeles de diversa índole; materiales diversos entre ellos, pero que —y esta es una cualidad del autor que sobre todo se manifiesta en su faceta muralista (tema para otra aproximación a la obra de Andrade)— conforman esa cualidad heredado-adquirida que evaluamos con respecto a la caracterología etopéyica de creación.

Camilo es un coleccionista del descarte, un acumulador de materia de expresión; Camilo es un coleccionista-acumulador de los objetos que le serán útiles para la conformación de identidades. Él encuentra en la acumulación material la fórmula de la designación objetiva. Los tillos aplanados, por ejemplo, bien pueden conformar nubes o extremidades humanas; las cabezas de trapeador, cabezas de personajes (siempre despelucados, como los pintados en lienzo o en madera… «¡Todo es despelucado en este autor!»…); las brochas envejecidas, rostros y cuerpos de personajes listos para salir de frente en la foto… Así se conforma un mixtura estética neoexpresionista con visión de Arte povera e importe naíf semejante a la estética de COBRA —principalmente a la de Karel Appel— en la que el sentido infantil de la pintura encuentra su significante particular. Etopeyas pletóricas de simplicidad en las que los sentimientos opacos o las composiciones entre brumas no tienen espacio en ese mundo Andrade significado de genuina ingenuidad.

En este sentido son las atmósferas de color, simplemente coloridas, las que aportan la candidez espacial que los personajes retratados tanto requieren. Así, el concepto de tono local es primordial en muchas obras de esta colección. Un intenso dorado, por ejemplo, o un concentrado azul, devienen en detonadores expresivos que denotan la inmediata cualidad cromática de este autor: intensa luminosidad tonal en cada obra. Así se obtienen policromías cuyas irradiaciones lumínicas incluso se anclan a los diversos trazos y técnicas materiales empleados en los que se percibe la acción pictórica del autor a través de la herramienta. Acumulaciones figuradas que se indexan con la espátula, con el dripeo de acción, con las espinosas pinceladas o con los finos entramados materiales que bordean la seña del rasgado. Pintura de acción que confirma las cualidades neoexpresionistas que claramente se refieren en las etopeyas connotadas.

Ya en el plano compositivo, la obra de Camilo Andrade se recorta de frente evitando el escorzo de la figura y negando la opción del artificio de la perspectiva y de la fuga. Todo va de frente. Los rostros, las fachadas, las acumulaciones. Todos los figurados en las obras regresan a ver a Camilo, y esta es la cualidad compositiva que lo define como un recolector de momentos y experiencias. Parecería que el autor, viajando en auto por la sierra andina, habría pausado por cada escenario que hubiera captado su atención y que, a su vez, fuera correspondido por los sujetos de atención. Estos regresan a ver a Camilo y le sonríen, o se sorprenden, o se pasman, pero se ubican de frente para salir en la foto mental de nuestro autor.

Así, la obra de Camilo Andrade se conforma de sujetos de atención que devienen en objetos de exposición. Objetos expositivos que luego sobrevienen en sujetos de reflexión para los espectadores de los cuadros; para los espectadores de los auténticos escenarios costumbristas «de trapo» que proyectan caracterología ingenua en el imaginario atávico de Camilo Andrade.

Humberto Montero, enero, 2021.